Crónica por: Valeria Urán
He seguido el rastro de Marleny Zabala durante las últimas semanas, y esto me ha llevado a encontrarme entre muchas mujeres debatiendo una propuesta de economía solidaria para las familias que viven junto a ella en un Ecoasentamiento que construye, junto a otras mujeres y hombres, en el municipio de Armenia, Quindío, en el barrio La Nueva Armenia.
Hace más de dos décadas Marleny fue desplazada, junto a su familia, de la vereda Las Samarias del corregimiento de Berlín, en el municipio de San Felix, al oriente de Caldas. Su familia cultivaba café y chocolate, y tenían algunas cabezas de ganado, su fortaleza hubo de ser el cimiento que necesitaron sus hermanos y su padre para la oscuridad que llegó después de que su madre muriera.
La muerte de la madre hizo que ella saliera por primera vez del campo. A ella y a sus hermanas las enviaron a vivir con su abuela, pero ella enfermó y luego fueron a parar al internado María Inmaculada en la ciudad de Medellín. “Esa fue la primera vez que yo sentía que me habían arrancado de la tierra, fue un cambio muy drástico y por alguna razón que desconozco, sentía mucha hambre, me daba tanta hambre en ese lugar”.
Después de tres años retornó de nuevo a la vereda, con muchas ganas de continuar con lo que había dejado tirado: el ejercicio de ayudar a sembrar y cultivar, ocuparse de echar la leña al fogón y darle de comer a los animales. Pero a sus 17 años la violencia bipartidista y las amenazas la obligaron, junto a su padre, a buscar un nuevo lugar para vivir, y aprender a sobrevivir a la hostilidad de la ciudad para la que el campesino no está preparado.
Años más tarde su gran obstinación los llevó a regresar de nuevo a su finca para tratar de reconstruirlo todo. Se vinculó a una fundación llamada Paz en la Tierra, donde encontró elementos para construir una Asociación de Usuarios Campesinos, y una Junta de Acción Comunal para empezar a organizarse e incidir en la administración local.
Solo fue cuestión de un año de trabajo de base. Se constituyó un plan de trabajo que tenía como eje central la solicitud de un puesto de salud con un médico constante, mantenimiento de las carreteras, una escuela, y capacitación para la nutrición de los niños. Pero la Junta de Acción Comunal empezó a ser perseguida, las reuniones y asambleas fueron militarizadas, y muchos de los documentos fueron quemados. Para desgracia de todos, asesinaron a dos de sus compañeros, un par de ingenieros agrónomos que apoyaron la iniciativa hasta el final.
Marleny tuvo que irse, la organización se extinguió y una noche cualquiera conoció al grupo paramilitar la Mano negra. “Reconocí inmediatamente quiénes eran. Me dieron una amenaza: si no se va hoy, mañana seremos dos los muertos. Fue suficiente para irme de nuevo”. Con enorme tristeza se marchó a Manizales donde en poco tiempo empezó a trabajar como empleada de servicio doméstico, pero las dinámicas del lugar no le agradaron mucho y se fue a Bogotá para vivir con una amiga.
En esa enorme y devoradora ciudad consiguió formar parte de un grupo de misioneros redentoristas, facilitándosele terminar su bachillerato. En las mañanas trabajaba en el seminario y en las tardes tomaba clases a través de la radio. Después decidió ser misionera, y se vinculó junto a un sacerdote para trabajar con habitantes de la calle y con una ONG que se llamaba SOS Aldeas Infantiles. Entonces se despertó su deseo por la enseñanza y estudió pedagogía para la educación.
En 1998 sus hermanos fueron desplazados de la vereda. El río fue canalizado para construir una hidroeléctrica; continuaron las muertes y las fosas comunes. “Para cualquier colombiano escuchar decir fosa común o saber de una cerca a su casa no causa en él mayor resquemor. Parece que le estuvieran hablando de la siembra de una planta”. Ella dice haber muerto con los tantos que perdieron su vida allí, pero reconoció la envergadura del monstruo al que se enfrentaba y que era muy pequeña para enfrentarlo sola.
Entre tanto dolor continuó sus estudios, esta vez en Filosofía, pero enfermó. Meses más tarde mejoró y regresó junto a su familia. Quería acompañar a sus hermanos con la enfermedad de su padre, quería una revancha, y se vinculó al programa de Restitución de Tierras. Además de la pérdida de su territorio, ha tenido que cargar con la desaparición de su hermano.
Por eso no le quedó más que, junto a otras y otros, empezar una nueva reconstrucción del tejido social que se había diluido, y por tercera vez creó una Confluencia de Mujeres para la Acción Pública del Quindío, donde las Mujeres campesinas y sus familias se unen para construir; se vinculan a la Asociación de mujeres Multiétnicas, donde cada mujer pertenece a alguno de los Ecoasentamientos a nivel nacional. La Confluencia de Mujeres inició su proceso a partir de discusiones entre ellas mismas sobre la manera en que se deben de organizar para exigir sus derechos.
Emergencia del Ecoasentamiento “Laudato Si”
Las complicaciones para Marleny y otras familias no cesaron con su llegada a la ciudad de Armenia al acceder a una pequeña porción de tierra. Han sido señaladas de haber ocupado esas tierras sin permiso alguno, pero los acusadores fueron quienes les vendieron el derecho a vivir allí. Tienen en sus manos los títulos de propiedad para comprobar la legitimidad de la adquisición, y no saldrán de allí. Han comunicado a la administración local que no aceptarán ningún trato de reubicación. Al contrario, han hecho toda la gestión para que les legalicen sus tierras, a través de la Ley 1848 del 18 de julio del 2008 que dice que todas las alcaldías y gobernaciones tienen 90 días para crear oficinas jurídicas para legalizar sin ningún costo los asentamientos que cumplan con los requisitos básicos.
Las mujeres que habitan el Ecoasentamiento que han llamado Laudato sí, han cultivado y limpiado con ayuda de sus familias el espacio, convirtiéndose esta en su finca en la ciudad. Les parece molesto que los antiguos dueños después de ver con buena pinta el lugar y que ahora sí es habitable, empiecen a atacarlos y a tildarlos de invasores. Han recibido varias demandas y acudido a varias audiencias, les han ofrecido reubicaciones, participación en proyectos de vivienda con apoyo de la administración municipal de Armenia, pero no quieren abandonar este espacio, ya adelantan proyectos y tienen planes para la construcción y remodelación de sus viviendas; les agrada vivir cerca a la quebrada La Cristalina.
Quieren recuperar su identidad campesina, cultivar, construir sus casas y reconocerse, cuidar bienes de vida como laderas y fuentes de agua y tejerse comunitariamente. Las mujeres campesinas llevan a cuestas un enorme dolor, porque ni ellas ni sus familias en el campo o la ciudad se escapan de la violencia; deben soportar hasta el fin sus vidas, en silencio, el maltrato en el seno de la familia y la ciudad misma. Marleny sueña junto a otras mujeres construir dentro de su Ecoasentamiento una casa de la mujer que se convierta en una escuela de participación ciudadana, en donde puedan intercambiar sus productos y tener a su familia e hijos cerca, para de esta manera unir el campo con la ciudad.
Actualmente Marleny Zabala ha sido postulada para el premio Mujer Comfenalco, y al mismo tiempo ha recibido una amenaza de muerte por parte de grupos paramilitares.
“Las mujeres no abandonamos nuestras luchas, nos desprendemos de nuestros miedos y nos aferramos a nuestros derechos”.